La Biblia

INTRODUCCIÓN

Biblia, también llamada Santa Biblia, libro sagrado o Escrituras, de judíos y cristianos. Sin embargo, las Biblias del judaísmo y del cristianismo difieren en varios aspectos importantes. La Biblia judía son las escrituras hebreas, 39 libros escritos en su versión original en hebreo, a excepción de unas pocas partes que fueron redactadas en arameo. La Biblia cristiana consta de dos partes: el Antiguo Testamento y los 27 libros del Nuevo Testamento. Las dos principales ramas del cristianismo estructuran el Antiguo Testamento de modo algo diferente. La exégesis del Antiguo Testamento leída por los católicos es la Biblia del judaísmo más otros siete libros y adiciones (véase la tabla adjunta). Algunos de los libros adicionales fueron escritos en su versión primitiva en griego, al igual que el Nuevo Testamento. Por su parte, la traducción protestante del Antiguo Testamento se limita a los 39 libros de la Biblia judía. Los demás libros y adiciones son denominados apócrifos por los protestantes y libros deuterocanónicos por los católicos.

El término Biblia llegó al latín del griego biblia o ‘libros’, forma diminutiva de byblos, el término para ‘papiro’ o ‘papel’ que se exportaba desde el antiguo puerto fenicio de Biblos. En la edad media, los libros de la Biblia eran considerados como una entidad unificada.

ORDEN DE LOS LIBROS

El orden y el número de los libros es distinto entre las versiones judía, protestante y católica de la Biblia. La Biblia del judaísmo se divide en tres partes bien diferenciadas: la Torá, o Ley, también llamada libros de Moisés; Profetas, o Neviím, dividida en Profetas Antiguos y Profetas Posteriores; y Hagiográficos, o Ketuvim, que incluye Salmos, los libros sapienciales y literatura diversa. El Antiguo Testamento cristiano organiza los libros según su contenido: el Pentateuco, que se corresponde con la Torá; los libros históricos; los libros poéticos o sapienciales, y los libros proféticos. Hay quienes han percibido en esta organización una cierta sensibilidad en cuanto a la perspectiva histórica de los libros: primero, los relativos al pasado; a continuación, los que hablan del presente; por último, los orientados hacia el futuro. Las versiones protestante y católica del Antiguo Testamento ordenan los libros en la misma secuencia, aunque los protestantes incluyen sólo los libros que aparecen en la Biblia judía.

El Nuevo Testamento incluye los cuatro Evangelios; los Hechos de los Apóstoles, que es la historia de los primeros tiempos del cristianismo; las Epístolas, o cartas, de Pablo y otros autores; y el Apocalipsis o Libro de la Revelación. Algunos libros identificados como epístolas —en particular la Epístola a los Hebreos— son en realidad tratados teológicos.

USO

La Biblia es un libro religioso, no sólo en virtud de su contenido, sino también del uso que le dan cristianos y judíos. Se lee en la práctica totalidad de los servicios de culto público, sus palabras conforman la base de la predicación y la instrucción, y se emplea en el culto y estudio privados. El lenguaje de la Biblia ha moldeado y dado forma a las oraciones, liturgia e himnos del judaísmo y del cristianismo. Sin la Biblia, estas dos religiones habrían sido mudas.

Tanto la importancia reconocida como la real de la Biblia difieren de una forma considerable entre las diversas subdivisiones del judaísmo y del cristianismo, aunque todos sus fieles le atribuyen un mayor o menor grado de autoridad. Muchos reconocen que la Biblia es la guía íntegra y suficiente para todos los asuntos de la fe y de su práctica; por su parte, otros respetan la autoridad de la Biblia a la luz de la tradición o de la continuidad de la fe y de la práctica de la Iglesia desde los tiempos de los apóstoles.

INSPIRACIÓN BÍBLICA

Los primeros cristianos heredaron del judaísmo una concepción de las Escrituras que daba por sentado que constituían una fuente autorizada. En un principio no se propuso ninguna doctrina formal acerca de la inspiración de las Escrituras, como es el caso del islam, que sostiene que el Corán fue dictado desde los cielos. Sin embargo, por lo general los cristianos creían que la Biblia contenía la palabra de Dios tal y como fue transmitida por su Espíritu: primero a través de los patriarcas y profetas y más tarde por boca de los apóstoles (véase Apocalipsis). De hecho, los autores de los libros del Nuevo Testamento aludieron a la autoridad de las Escrituras hebreas en apoyo de sus alegaciones con respecto a Jesucristo.

La doctrina de la inspiración de la Biblia por el Espíritu Santo y de la infalibilidad de su contenido surgió en realidad durante el siglo XIX como respuesta al desarrollo de la crítica bíblica, estudios científicos que parecían poner en entredicho el origen divino de la Biblia. Esta doctrina sostiene que Dios es autor de la Biblia; por eso la Biblia es Su palabra. Los científicos bíblicos y los teólogos han propuesto numerosas teorías para explicar esta doctrina, que van desde un dictado verbal directo de las Escrituras por Dios, hasta una iluminación que ayudó al autor inspirado a comprender la verdad que expresaba, tanto si ésta era revelada como aprendida por la experiencia.

IMPORTANCIA E INFLUENCIA

La importancia e influencia de la Biblia entre cristianos y judíos puede explicarse, en general, en términos externos e internos. La explicación externa es el poder de la tradición, de las costumbres y del credo: grupos religiosos que manifiestan estar guiados por la Biblia. En cierto sentido, el verdadero autor de las Escrituras es la comunidad religiosa, que las desarrolló, las reverenció, las utilizó y las canonizó (es decir, las incluyó en listas de libros bíblicos reconocidos de una forma oficial). Por otra parte, la explicación interna es lo que numerosos cristianos y judíos continúan sintiendo como poder del propio contenido de los libros bíblicos. El antiguo Israel y la primitiva Iglesia conocían muchos más textos religiosos que los que constituyen la Biblia actual. Sin embargo, los escritos bíblicos fueron venerados y utilizados por lo que decían y por cómo lo decían. Fueron canonizados con rango oficial porque la gran mayoría de los creyentes los utilizaba y creía en ellos. La Biblia es el auténtico documento fundamental del judaísmo y del cristianismo.

Es de público conocimiento que la Biblia, en sus centenares de diferentes traducciones, es el libro de mayor difusión en la historia de la humanidad. Es más: en todas sus formas, la Biblia ha sido influyente hasta llegar a extremos insólitos, y no sólo entre las comunidades religiosas que la consideran sagrada y la reverencian. En especial, la literatura, el arte y la música del mundo occidental tienen una enorme deuda con los temas, motivos e imágenes de la Biblia. Algunas traducciones al inglés, como la así llamada “Biblia Autorizada” (o versión del rey Jacobo, 1611) o la traducción de la Biblia al alemán por Martín Lutero (terminada en 1534), no sólo influyeron en la literatura sino que también promovieron el desarrollo de ambos idiomas. Estos efectos siguen vigentes en las naciones en proceso de formación, donde las traducciones de la Biblia a la lengua vernácula contribuyen a moldear las tradiciones lingüísticas futuras.

EL ANTIGUO TESTAMENTO

Es notable que el cristianismo incluya dentro de su propia Biblia las escrituras íntegras de otra religión, el judaísmo. El término Antiguo Testamento (de la palabra latina para ‘alianza’) se aplicó a estas Escrituras sobre la base de las obras de Pablo y de otros primitivos cristianos, que diferenciaron entre la ‘Antigua Alianza’ que Dios estableció con Israel y la ‘Nueva Alianza’ sellada a través de Jesucristo (véase, por ejemplo, Heb. 8,7). Como la primitiva Iglesia creía en la continuidad de la historia y de la actividad divinas, incluyó en la Biblia cristiana los registros escritos de la antigua y de la nueva alianza.

6.1 Literatura del Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento puede considerarse desde numerosas y diversas perspectivas. Desde el punto de vista literario el Antiguo Testamento (de hecho, la Biblia entera) constituye una antología, una colección de muchos libros diferentes. No es en absoluto un libro unificado por lo que respecta a sus autores, su fecha de composición o su estilo literario. Por el contrario, representa una auténtica biblioteca.

En general los libros del Antiguo Testamento y las partes que los componen pueden clasificarse como narraciones, obras poéticas, escritos proféticos, códices legales o apocalipsis. En su mayoría, se trata de categorías amplias que incluyen diversos tipos o géneros diferentes de literatura y tradiciones orales. Ninguna de estas categorías se limita al Antiguo Testamento, ya que puede hallarse en otras literaturas antiguas, en especial la del Oriente Próximo. Sin embargo, es necesario subrayar que algunos estilos no quedaron al fin incluidos en el Antiguo Testamento. Las cartas o epístolas, tan importantes en el Nuevo Testamento, no se encuentran en el Antiguo en forma de libros separados (a excepción de la Carta de Jeremías en algunas tradiciones manuscritas). No es posible hallar tampoco autobiografías, dramas ni sátiras. Sorprende de una forma especial el hecho de que la mayor parte de los libros del Antiguo Testamento contiene varios géneros literarios. Por ejemplo, el Éxodo incluye narraciones, leyes y poesía; la mayoría de los libros proféticos incorporan narraciones y poesía, además de los géneros proféticos como tales.

6.1.1 Narraciones

Tanto en su contexto como en su contenido, la gran mayoría de los libros del Antiguo Testamento son narraciones, es decir, recogen y refieren los acontecimientos del pasado. Si tienen, como casi todos, una trama (o al menos el desarrollo de una tensión y su resolución), una caracterización de los personajes y una descripción del escenario en el que se producen los acontecimientos, son relatos. Por otra parte, muchas obras narrativas del Antiguo Testamento son historias, aunque no se ajusten a la definición científica del término. Una historia es una narración escrita del pasado guiada por los hechos, en la medida en que el autor pueda determinarlos e interpretarlos, y no por consideraciones estéticas, religiosas o de otra índole. Las narraciones históricas del Antiguo Testamento son obras más populares que críticas, ya que los autores recurrieron a menudo a tradiciones orales, algunas de ellas poco fiables, para escribir sus relatos. Además, todas las narraciones se compusieron con un propósito religioso. Pueden, en consecuencia, llamarse historias de salvación, ya que su propósito es demostrar cómo participó Dios en los acontecimientos humanos. Ejemplos de dichas obras son la Historia deuteronomística (desde el Deuteronomio hasta el 1 y 2 Reyes), el Tetrateuco (desde el Génesis hasta el libro de los Números) y la Historia del Cronista (1 y 2 Crónicas, Esdras y Nehemías). La así llamada Historia de la sucesión del trono de David (2 Sam. 9-20, 1 Re. 1-2) es la narración bíblica que más se acerca al concepto moderno de la historia. El autor presta atención a los detalles de los eventos y personajes históricos e interpreta el curso de los acontecimientos a la luz de las motivaciones humanas. No obstante, puede intuirse la intervención divina en el trasfondo de los textos.

Otros libros narrativos son: Rut, un breve episodio; Jonás, un relato didáctico; y Ester, una novela histórica o una leyenda festiva. Es probable que estos libros tengan su origen en cuentos populares o leyendas. En los libros deuterocanónicos pueden encontrarse algunos relatos didácticos: Tobías, Judit, Susana y Bel y el dragón.

En los libros del Antiguo Testamento pueden hallarse muchos de estos y otros géneros narrativos. El Génesis, como la mayoría de las demás obras narrativas, está compuesto de diversos relatos individuales, muchos de los cuales circulaban de forma oral e independiente. Las historias patriarcales del Génesis (11-50) han sido denominadas leyendas, sagas y, con mayor precisión, sagas familiares. Muchas de ellas son etiológicas, es decir, que explican un lugar, una práctica o un nombre en términos de su origen.

6.1.2 Obras poéticas

Entre los libros poéticos del Antiguo Testamento se incluyen Salmos, Job, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares (canónicos), Eclesiástico (deuterocanónico) y Plegaria de Manasés (apócrifo). Sabiduría tiene mucho en común con los libros poéticos sapienciales, aunque no es poesía. La mayoría de los libros proféticos están escritos de acuerdo con las reglas líricas hebreas, aunque son lo bastante distintos como para que puedan ser diferenciados.

6.1.2.1 Características generales

La poesía hebrea tiene dos características principales, una fácil de reconocer incluso en una traducción, y una segunda más difícil de discernir. La característica más obvia es el uso del parallelismus membrorum o paralelismo de versos u otras partes. Por ejemplo, el significado de un versículo puede reformularse o repetirse en un segundo versículo, como en Sal. 6,1: “Yahvé, no me corrijas en tu cólera, en tu furor no me castigues”. Se trata, como resulta obvio, de sinónimos. Por otra parte, la segunda línea de la unidad puede exponer el aspecto negativo de la aseveración de la primera, como en Prov. 15,1: “Una respuesta suave calma el furor, una palabra hiriente aumenta la ira”. En otros casos, la segunda línea puede ampliar o explicar la primera y en otras circunstancias el paralelismo es pura formalidad. Una importante ventaja de la mayoría de las traducciones modernas de la Biblia es que mantienen la forma poética del hebreo, permitiendo al lector disfrutar y comprender la estructura del original.

La otra característica importante de la poesía hebrea es el ritmo, que parece haberse basado en el número de acentos en cada línea. Una de las métricas más fáciles de reconocer es la de la kiná (endecha o lamentación), en la que la primera línea tiene tres sílabas acentuadas y la segunda, dos.

Los libros poéticos abarcan una gran diversidad de géneros. Los más difundidos son los diversos cantares de adoración (Salmos) y la poesía sapiencial. Además, la Biblia incluye un libro de poesía amorosa, el Cantar de los Cantares.

6.1.2.2 Poesía lírica

La literatura cultual (del culto religioso) de Israel era poesía lírica; es decir, poesía pensada para ser cantada. La mayoría de estos libros, aunque no todos, están recopilados en Salmos. Muchos son himnos: canciones de alabanza a Dios, a sus obras a favor de Israel o a su creación. Otros son lamentaciones de la comunidad o cantares de queja que, de hecho, son oraciones de petición, cantadas por el pueblo cuando se veía enfrentado a una situación difícil. Casi una tercera parte de los Salmos son lamentaciones individuales, cánticos utilizados por o en nombre de individuos al borde de la muerte o del desastre. Una vez que la nación o el individuo han sido salvados de sus infortunios, se cantan poesías de acción de gracias. Unos pocos salmos, como 2, 45 y 110 celebran la coronación de un rey en Israel como egregio siervo de Dios.

6.1.2.3 Poesía sapiencial

La poesía sapiencial incluye colecciones de refranes de sabiduría y poemas breves, como en Proverbios, y largas composiciones, como en Job, Eclesiastés y Eclesiástico. Los materiales sapienciales más concisos son proverbios, refranes y admoniciones, por lo general de uno o dos versos de longitud. Algunos eran sin duda refranes tradicionales o populares mientras que otros llevan el sello de la reflexión y la composición creativa. Proverbios 1-9 contiene un conjunto de poemas sobre la naturaleza de la propia sabiduría, mientras que Job es una composición poética larga en forma de diálogo enmarcado en un cuento popular. Eclesiastés es una obra un tanto inconexa y Eclesiástico es un libro escrito por un maestro judío que más tarde tradujo su nieto.

La temática central de los refranes sapienciales abarca desde los consejos prácticos para una vida provechosa y próspera, hasta reflexiones acerca de la relación entre transitar por el camino de la sabiduría y obedecer a la ley revelada por la divinidad. A Job, al menos en cierto sentido, le atormenta el sufrimiento de los justos, en tanto que Eclesiastés es una triste reflexión acerca del significado de la vida por parte de alguien que se halla a las puertas de la muerte.

6.1.3 Materiales proféticos

Los profetas eran conocidos en otras regiones del antiguo Oriente Próximo, pero ninguna otra cultura desarrolló un cuerpo de literatura profética comparable al de Israel. Por ejemplo, los antiguos autores egipcios escribieron obras literarias llamadas ‘profecías’, pero por su forma y contenido eran diferentes de los libros proféticos de la Biblia.

La mayoría de los libros proféticos hebreos contienen tres tipos de literatura: narraciones, oraciones y discursos proféticos. Por lo general, las narraciones son relatos o reseñas de la actividad profética, atribuidos al propio profeta o contados por una tercera persona. Incluyen descripciones de visiones, reseñas de acciones simbólicas, relaciones de actividades proféticas (como, por ejemplo, los conflictos entre los profetas y sus opositores) y narraciones o notas históricas. Uno de los libros de la colección profética, Jonás, es en realidad un relato acerca de un profeta, y contiene un solo versículo de mensaje profético (Jon. 3,4). Las oraciones incluyen himnos y peticiones, como las lamentaciones de Jer. (por ejemplo, Jer. 15,10-21).

En la literatura profética predominan los discursos, ya que la actividad inherente del profeta consistía en difundir la palabra de Dios relativa al futuro inmediato. Los mensajes más comunes son profecías de castigo o de salvación. Tanto unas como otras están contextualizadas, como la mayoría de los discursos proféticos, por fórmulas que identifican las palabras reveladas por Dios; por ejemplo, “oráculo de Yahvé”. Por lo general, la profecía de castigo explica las razones de éste en términos de injusticia social, arrogancia religiosa o apostasía y asimismo detalla la naturaleza del desastre, militar o de otra índole, que recaerá sobre la nación, grupo o individuo a la que va dirigida. Las profecías de salvación anuncian la inminente intervención de Dios para rescatar a Israel. Otros discursos incluyen las profecías contra las naciones extranjeras, discursos de aflicción que enumeran los pecados del pueblo, admoniciones o advertencias (véase Profecía).

6.1.4 Leyes

La materia legal es tan destacada en las Escrituras hebreas que el judaísmo llamó Torá (del hebreo torah, ‘ley’) a los primeros cinco libros y los primitivos cristianos a la totalidad del Antiguo Testamento. Los textos legales son dominantes en Éxodo, Levítico y Números. El quinto libro de la Biblia fue denominado Deuteronomio (‘segunda ley’) por sus traductores griegos, aunque el libro es en síntesis un informe de las últimas palabras y hechos de Moisés. Contiene, no obstante, numerosas leyes, por lo general en el contexto de la interpretación y la predicación o el sermón.

Según la tradición bíblica, la voluntad de Dios fue revelada a Israel a través de Moisés al establecer la alianza en el monte Sinaí. En consecuencia, todas las leyes —a excepción de las contenidas en Deuteronomio— pueden encontrarse desde Éxodo 20 hasta Números 10, donde se relatan los acontecimientos que tuvieron lugar en Sinaí.

Los especialistas han detectado en las leyes hebreas dos modalidades principales, las apodícticas y las casuísticas. La ley apodíctica está representada por los Diez Mandamientos (Éx. 20,1-21; 34,14-26); (Dt. 5,6-21), aunque no se limita a ellos. Estas leyes, que por lo general se encuentran en compilaciones de cinco o más, son sucintas manifestaciones, inequívocas y sin ambigüedades de la conducta humana que Dios exige. En caso de ser positivas, se denominan mandamientos; si son negativas, se trata de prohibiciones. Por otra parte, cada una de las leyes casuísticas consta de dos secciones. La primera establece una condición (“Si un hombre roba un buey o una oveja, y los mata o vende...”) y la segunda las consecuencias legales (“...pagará cinco bueyes por el buey, y cuatro ovejas por la oveja”, Éx. 21,37). Por lo general, estas leyes se refieren a los problemas que pueden surgir en la vida rural y urbana. Las leyes casuísticas son similares en su forma, y a menudo en su contenido, a las normas recogidas en el Código de Hammurabi y otros códigos legales del antiguo Oriente Próximo.

6.1.5 Escritos apocalípticos

El apocalipsis, como género diferenciado, surgió en Israel en el periodo posterior al exilio, es decir, tras el cautiverio de los judíos en Babilonia entre el 586 y el 538 a.C. Un apocalipsis o revelación expone una serie de acontecimientos futuros mediante una larga y detallada reseña de un sueño o de una visión. Utiliza imágenes de fuerte contenido simbólico y con frecuencia extravagantes, que a su vez son explicadas e interpretadas. Los escritos apocalípticos suelen reflejar la perspectiva histórica que tiene el autor de su propia era, en un momento en que las fuerzas del mal se aprestaban para librar su batalla final contra Dios, tras lo cual nacería una nueva edad.

Daniel es el único libro apocalíptico, como tal, de las Escrituras hebreas, y su primera mitad (capítulos 1 al 6) es en realidad una serie de historias legendarias. Sin embargo, partes de otros libros son en muchos aspectos similares a la literatura apocalíptica (Is. 24-27; Zac. 9-14; y algunas partes de Ezequiel). Entre los apócrifos, Esdras es un apocalipsis. El judaísmo de los dos últimos siglos a.C. y del primer siglo d.C. produjo muchas otras obras apocalípticas que nunca fueron consideradas canónicas. Entre ellas se incluyen Enoc, Guerra de los Hijos de la Luz y los Hijos de la Oscuridad, y el Apocalipsis de Moisés. Véase Pseudoepígrafos.

Hasta hace poco tiempo, la mayoría de los especialistas sostenía que el desarrollo de la literatura y el pensamiento apocalípticos estuvo muy influido por la religión persa. Este punto de vista está siendo objetado por la identificación de las raíces de la literatura apocalíptica en el propio pensamiento israelita, en especial en la concepción del futuro por parte de los profetas, así como en las más antiguas tradiciones del Oriente Próximo. Véase Escritos apocalípticos.

6.2 La evolución del Antiguo Testamento

No cabe ninguna duda de que todos los libros del Antiguo Testamento no tuvieron su origen en la misma época y en el mismo lugar. Por el contrario, son el producto de la evolución de la fe y la cultura israelitas durante al menos un milenio. En consecuencia, otra perspectiva literaria analiza los libros y sus elementos constituyentes en términos de sus autores y de su historia literaria y preliteraria.

En la práctica, todos los libros atravesaron un largo periodo de transmisión y evolución antes de llegar a ser recopilados y canonizados. Es más: es necesario distinguir entre los puntos de vista tradicionales judíos y cristianos en cuanto a la autoría y datación de los libros, por una parte, y su historia literaria real como ha sido reconstruida por los especialistas a partir de las pruebas contenidas en los libros bíblicos y en otros lugares, por la otra. El presente artículo no tiene por objeto presentar una reseña detallada de la historia literaria del Antiguo Testamento. Muchos de los hechos reales se desconocen, la historia es larga y por lo general complicada, y las conclusiones más antiguas deben revisarse cada cierto tiempo a la luz de nuevos hallazgos y métodos de investigación. Sin embargo, es posible resumir el perfil general de dicha historia.

Casi todos los libros del Antiguo Testamento recorrieron un largo camino desde el momento en que se pronunciaron o escribieron las primeras palabras hasta que adquirieron su forma definitiva. En este proceso participaron muchas personas, como narradores, autores, editores, oyentes y lectores. Y en este devenir les cupo un papel importante, no sólo a los individuos, sino a las diferentes comunidades de fe.

Detrás de muchas de las actuales obras literarias pueden discernirse tradiciones orales. Por ejemplo, la mayoría de los relatos del Génesis circularon de forma oral antes de ser transcritos. Los discursos proféticos, hoy en forma escrita, se transmitieron primero de modo oral. De hecho, todos los Salmos, tanto si fueron escritos como si no, se compusieron para ser cantados o recitados en voz alta durante las ceremonias religiosas. Sin embargo, no sería prudente deducir que la difusión oral fuera tan sólo precursora de la literatura escrita, y que cesó una vez que se escribieron los libros porque está probado que las tradiciones orales coexistieron con el material escrito durante muchos siglos.

6.2.1 El Pentateuco

Según la tradición judeo-cristiana Moisés fue el autor del Pentateuco, los primeros cinco libros de la Biblia. Sin embargo, tal aseveración no aparece en ninguno de estos libros. La tradición tiene su origen en la forma en que son denominados por los hebreos, libros de Moisés, aunque con ello quisiesen significar relativos a Moisés. Ya en la edad media, los eruditos judíos reconocieron que existía un problema con la tradición: Deuteronomio (el último libro del Pentateuco) relata la muerte de Moisés. En realidad, los libros son obras compuestas por autores anónimos. Sobre la base de numerosas copias y repeticiones, incluyendo dos designaciones diferentes para la deidad, dos relatos separados de la creación, dos historias entrelazadas del diluvio, dos versiones de las plagas de Egipto y muchas otras pruebas, los especialistas modernos han llegado a la conclusión de que los escritores del Pentateuco utilizaron varias fuentes distintas, cada una de un escritor y de un periodo diferentes.

Las fuentes difieren en su vocabulario, estilo literario y perspectiva teológica. La más antigua es la Jehovística o Yahvista (J, porque utiliza el nombre divino Jahvé, transcrito también como Jehová, o Yahvé), que por lo general suele datarse entre los siglos X o IX a.C. La segunda es la Elohísta (E, porque utiliza el nombre general de Elohím para designar a Dios), y suele situarse en el siglo VIII a.C. A continuación está la Deuteronómica (D, limitada al Deuteronomio y a unos pocos pasajes de otros libros), de finales del siglo VII a.C. La última es la Sacerdotal (P, de ‘priest’, sacerdote en inglés, por su énfasis en la ley cúltica y en los asuntos sacerdotales), situada en los siglos VI o V a.C. J incluye una reseña narrativa completa desde la creación hasta la conquista de Canaán por Israel. E ya no es una narración completa, si es que alguna vez lo fue; su material más antiguo se remonta a Abraham. P se concentra en la alianza y en la revelación de la ley en el monte Sinaí, aunque sitúa ambos elementos dentro de una narración que se inicia en la creación.

Ninguno de los autores de estos documentos, si es que fueron individuos y no grupos, fue un autor creativo en el sentido moderno del término. Más bien trabajaron como editores que recopilaron, organizaron e interpretaron tradiciones más antiguas, tanto orales como escritas. En consecuencia, la mayor parte del contenido de las fuentes es mucho más antiguo que las propias fuentes. Algunos de los materiales escritos más antiguos son pasajes extraídos de obras poéticas como Paso del Mar (Éx. 15), y parte del material legal tiene su origen en antiguos códigos. Una opinión reciente sugiere que los relatos individuales del Pentateuco fueron compilados bajo un epígrafe que aludía a diversas temáticas trascendentales (la promesa a los patriarcas, el éxodo, la travesía del desierto, Sinaí y la conquista de la Tierra Prometida), adquiriendo su forma básica en torno al 1100 a.C. En cualquier caso, el relato de las raíces de Israel se conformó en y bajo la influencia de la comunidad de la fe.

6.2.2 Historia deuteronomística

En los últimos años, Deuteronomio, Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel y 1 y 2 Reyes han sido reconocidos como un relato unificado de la historia de Israel desde los tiempos de Moisés (siglo XIII a.C.) hasta el exilio en Babilonia (el periodo que arranca desde la caída de Jerusalén en el 586 a.C. hasta culminar en la reconstrucción en Palestina de un nuevo Estado judío tras el 538 a.C.). Por cuanto el estilo literario y la perspectiva teológica son similares a las del Deuteronomio, esta reseña se ha dado en denominar Historia deuteronomística. Sobre la base de los últimos acontecimientos que reseña, entre otras evidencias, se ha llegado a la conclusión de que puede haber sido escrita en torno al 560 a.C., durante el exilio. Sin embargo, es posible que al menos una edición fuera anterior.

El escritor (o escritores) de la obra tenía como objetivo registrar la historia de Israel, así como dar cuenta de la catástrofe que recayó sobre la nación a manos de los babilonios. Por un lado, trabajó como lo haría cualquier otro historiador, recogiendo y organizando fuentes más antiguas, tanto escritas como orales. Empleó materiales muy heterogéneos, incluyendo relatos de los profetas, relaciones de diversa índole, crónicas más antiguas e incluso registros de la corte. De hecho, suele derivar al lector a sus fuentes (por ejemplo, Jos. 10,13; 2 Sam. 1,18; 2 Re. 15,6). No obstante aplicó también la visión del teólogo, quizá de alguien que ya tenía firmes convicciones acerca del curso y significado de los acontecimientos que iba registrando. Estas convicciones hallaron su expresión en la forma en que organizó el material y añadió los discursos, que él mismo había escrito, en boca de los principales protagonistas (por ejemplo, Jos. 1). Creía que Israel había sido sojuzgada por Babilonia debido a la desobediencia a la ley de Moisés (como en Deuteronomio), en especial por adorar dioses falsos en altares paganos; creía asimismo que los profetas habían advertido del exilio mucho tiempo antes de que se produjera.

6.2.3 Los libros poéticos

Resulta muy difícil datar o atribuir a un determinado autor o autores tanto la poesía cultual como la sapiencial del Antiguo Testamento, sobre todo por contener tan pocas alusiones históricas. Se considera que David es el autor de Salmos porque, según la tradición, cantaba y componía. De hecho, sólo 70 de los 150 salmos se identifican de modo inequívoco con David, y muchísimos menos datan de la época de este rey hebreo. Las atribuciones a David y a otros se hallan en los encabezados, añadidos mucho después que los Salmos fueran escritos. La identificación de Proverbios y de otros libros sapienciales con Salomón tiene su origen en la tradición de la gran sabiduría de este monarca, y es fiable por cuanto promovió instituciones que desarrollaron este tipo de literatura. La poesía sapiencial contiene algunos de los materiales más antiguos de las Escrituras hebreas (en los refranes y proverbios), y las composiciones como Eclesiastés y Eclesiástico algunos de los más recientes.

Salmos se convirtió en el libro de himnos y oraciones del Segundo Templo de Israel, pero muchos de los cánticos son anteriores a la construcción del santuario. Contienen motivos, temas y expresiones que Israel heredó de sus predecesores cananeos. Muchas voces hablan en y a través de los Salmos, pero sobre todas se oye la expresión de una comunidad que se entrega a la oración.

6.2.4 Los libros proféticos

Muy pocos libros proféticos, si acaso, fueron escritos en su integridad por la persona con cuyo nombre han sido designados. Es más: en la mayoría de los casos, incluso las palabras del profeta original fueron registradas por otros. La historia de Baruc, escriba de Jeremías (Jer. 36 y también Is. 8,16) ilustra uno de los métodos con los que las palabras pronunciadas por los profetas se convirtieron en libros. Las diversas manifestaciones de los profetas deben de haber sido recordadas y recopiladas por sus seguidores y, según lo indicaran las circunstancias, transcritas. Más tarde, la mayoría de los libros fueron editados y ampliados. Por ejemplo, cuando Amós (c.7 55 a.C.) se utilizó en tiempos del exilio, se le dio un final nuevo y esperanzador (Am. 9,8-15). Isaías refleja siglos de la historia israelita y la obra de varios profetas y otras personalidades; Is. 1-39 se basa sobre todo en el profeta original (742-700 a.C.); los capítulos 40 al 55 son obra de un profeta desconocido del exilio, denominado Segundo Isaías (539 a.C.); y los capítulos 56 al 66, identificados con el Tercer Isaías, provienen de diversos escritores del periodo posterior al exilio.

6.3 El canon

La Biblia hebrea y las versiones cristianas del Antiguo Testamento fueron canonizadas en distintos momentos y lugares, aunque el desarrollo de los cánones cristianos debe entenderse en los términos de las Escrituras judías.

6.3.1 El canon hebreo

En Israel, la idea de un libro sagrado data, como mínimo, del 621 a.C. Durante la reforma de Josías, rey de Judá, cuando se estaba rehabilitando el Templo, el sumo sacerdote Jilquías descubrió “el libro de la Ley” (2 Re. 22). El rollo era probablemente la parte central del actual Deuteronomio, pero lo importante es la autoridad a la que se atribuyó. Más respeto se concedió al texto leído por Esdras, el sacerdote y escriba hebreo, ante la comunidad a finales del siglo V a.C. (Neh. 8).

La Biblia hebrea se fue convirtiendo en Sagradas Escrituras a lo largo de tres etapas diferenciadas. La secuencia se corresponde con las tres partes del canon hebreo: la Torá, los Profetas y los Hagiográficos. Sobre la base de las pruebas externas, parece evidente que la Torá o Ley fue aceptada como texto sagrado entre las postrimerías del exilio de Babilonia (538 a.C.) y el cisma samaritano del judaísmo, hacia el 300 a.C. Los samaritanos reconocen como Biblia sólo a la Torá.

La segunda fase fue la canonización de Neviím (Profetas). Tal y como lo indican los encabezamientos de los libros proféticos, las palabras de los profetas que habían quedado registradas comenzaron a considerarse palabra de Dios. A todos los efectos, la segunda parte del canon hebreo se concluyó a finales del siglo III a.C., no mucho antes del 200 a.C.

Entre tanto se compilaban, leían y utilizaban otros libros en el culto y el estudio. Hacia la época en que se escribió Eclesiástico (c. 180 a.C.), se había desarrollado la idea de una Biblia tripartita. El contenido de la tercera parte, Ketuvim (Hagiográficos), se mantuvo bastante fluido en el judaísmo hasta después de la caída de Jerusalén en poder del Imperio romano, en el 70 d.C. Hacia finales del siglo I d.C., los rabinos de Palestina ya habían determinado y cerrado la lista definitiva.

En el proceso de canonización obraron tanto fuerzas positivas como negativas. Por una parte, la mayoría de las decisiones ya habían sido adoptadas de facto: Torá, Profetas y la mayor parte de Hagiográficos venían sirviendo como Escrituras desde hacía varios siglos. La controversia giró sólo en torno a unos pocos libros de los Hagiográficos, como Eclesiastés y Cantar de los Cantares. Por la otra, se escribían y difundían otros muchos libros religiosos, que aducían ser también la palabra de Dios. Entre éstos se incluían los actuales apócrifos de los protestantes (algunos de ellos deuterocanónicos para los católicos y ortodoxos, y otros apócrifos también para éstos), algunos de los libros del Nuevo Testamento, y muchos más. En consecuencia, la decisión oficial de establecer una Biblia debe considerarse como la respuesta a un planteamiento teológico: ¿según qué libros definirá el judaísmo su propia doctrina y su relación con Dios?

6.3.2 El canon cristiano

El segundo canon, el que hoy es la versión católica del Antiguo Testamento, surgió primero como una traducción de los primeros libros hebreos al griego. El proceso se inició en el siglo III d.C. fuera de Palestina, debido a que las comunidades judías de Egipto y de otros lugares necesitaban las Escrituras en el idioma de su propia cultura. La mayoría de los libros adicionales de esta Biblia, incluyendo suplementos de libros más antiguos, tuvo su origen entre las comunidades judías no palestinas. Hacia finales del siglo I d.C., cuando se recopilaban y difundían los primeros escritos cristianos, existían ya dos versiones de las Escrituras del judaísmo: la Biblia hebrea y el Antiguo Testamento en griego (conocido como Septuaginta). Sin embargo, la Biblia hebrea marcaba la norma oficial de la teología y la práctica. Ninguna prueba indica que en el judaísmo haya existido alguna vez una lista oficial de Escrituras en griego. Los libros adicionales de la Septuaginta fueron reconocidos de forma oficial sólo por el cristianismo. Los escritos de los primeros padres de la Iglesia contienen numerosas y diversas listas, pero es evidente que prevaleció el Antiguo Testamento en griego, más extenso.

El último paso importante en la historia del canon cristiano tuvo lugar durante la Reforma protestante. Cuando Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán, redescubrió lo que otros (destacando de modo muy notable san Jerónimo, el erudito bíblico del siglo IV) ya sabían: que el Antiguo Testamento original estaba escrito en hebreo. Eliminó de su Antiguo Testamento todos los libros no incluidos en la Biblia judía y los tildó de apócrifos. Esta medida tuvo por objeto volver al texto y al canon acaso más antiguos y por consiguiente mejores, y oponer a la autoridad de la Iglesia la autoridad de aquella versión más antigua de la Biblia. Véase Apócrifos; Libros Deuterocanónicos; Apócrifos del Nuevo Testamento.

6.4 Los textos y las versiones antiguas

Todos los traductores contemporáneos de la Biblia intentan recuperar y utilizar el texto más antiguo, quizá el más fiel al original. No existen copias originales ni autográficas, sino centenares de manuscritos diferentes con numerosas versiones distintas. En consecuencia, todo intento de determinar cuál es el mejor texto de un libro o versículo concretos debe basarse en el trabajo meticuloso y en el juicio de los científicos.

6.4.1 Textos masoréticos

Con respecto al Antiguo Testamento, la principal diferenciación es la existente entre los textos en hebreo y las versiones o traducciones en otros idiomas antiguos. Los testimonios más importantes y por lo general más fiables en hebreo, son los textos masoréticos, obra de los eruditos judíos (denominados masoretas) que se encargaron de la tarea de copiar y transmitir con fidelidad la Biblia (véase Masora). Estos sabios, que trabajaron desde los primeros siglos de la era cristiana hasta la edad media, también insertaron en el texto la puntuación, las vocales (el texto hebreo original contiene sólo consonantes) y diversas notas. La Biblia hebrea modelo que se utiliza en nuestros días es la reproducción de un texto masorético escrito en 1088. El manuscrito, en forma de códice o libro, se encuentra en la colección de la Biblioteca Pública de San Petersburgo. Otro texto masorético, el Códice de Alepo (primera mitad del siglo X d.C.) es el sustrato básico de una nueva edición del texto que está preparando la Universidad Hebrea de Jerusalén. El Códice de Alepo es el manuscrito más antiguo de la Biblia hebrea íntegra, aunque data de más de un milenio después de que se escribieran los últimos libros bíblicos, y quizá más de 2.000 años después de los primeros.

No obstante, se conservan manuscritos hebreos más antiguos —masoréticos y de otra índole— de libros individuales. Muchos de ellos, que datan del siglo VI, fueron descubiertos a finales del siglo XIX en la guenizá (depósito en el que se guardan los escritos inutilizados o desechados para evitar que se profane el nombre de Dios escrito en ellos) de la sinagoga de El Cairo. Numerosos manuscritos y fragmentos, muchos de ellos de la era precristiana, fueron recuperados en la región del mar Muerto desde 1947 (véase Manuscritos del Mar Muerto). Aunque muchos de los manuscritos más importantes son bastante tardíos, en particular los textos masoréticos conservan una tradición textual que se remonta cuando menos a un siglo antes de la era cristiana.

6.4.2 La Septuaginta y otras versiones en griego

Las versiones más valiosas de la Biblia hebrea son las traducciones al griego. En algunos casos las versiones griegas presentan un material superior al de la hebrea, ya que se basan en textos hebreos más antiguos que los que nos han llegado hasta hoy. Muchos de los manuscritos griegos son mucho más antiguos que los manuscritos de la Biblia hebrea íntegra, y fueron incluidos en copias de la Biblia cristiana completa que datan de los siglos IV y V d.C. Los manuscritos más importantes son el Códice Vaticano (en la Biblioteca del Vaticano), el Códice Sinaítico y el Códice Alejandrino (ambos se encuentran en el Museo Británico).

La versión griega más importante se denomina Septuaginta (en griego, ‘setenta’), porque la leyenda afirma que la Torá fue traducida en el siglo III d.C. por 70 (o 72) traductores. Tal vez, la leyenda sea cierta en algunos aspectos: la primera traducción al griego incluía sólo a la Torá y fue realizada en Alejandría en el siglo III a.C. Más tarde se tradujeron las demás Escrituras hebreas, aunque parece lógico que esta tarea fuese realizada por otros eruditos cuya pericia y concepciones eran distintas.

Se emprendieron muchas otras traducciones al griego, que en su mayoría se conservan sólo gracias a fragmentos o citas de los primeros padres de la Iglesia y otros. Entre ellas se incluyen las versiones de Áquila, Símaco, Teodoción y Luciano. El teólogo cristiano Orígenes (siglo III) estudió los problemas que presentaban estas versiones diferentes y preparó una Hexapla, una crítica textual en la que organizó en seis columnas paralelas el texto hebreo, el texto hebreo transliterado al griego, y las versiones de Áquila, Símaco, Teodoción y Luciano.

6.4.3 Pešitta, Antigua latina, Vulgata y los Targum

Entre otras versiones merecen mencionarse la Pešitta, o siríaca, iniciada con toda probabilidad en el siglo I d.C.; la Antigua latina, que no fue traducida del hebreo sino que procede de la Septuaginta en el siglo II; y la Vulgata, traducida del hebreo al latín por san Jerónimo a finales del siglo IV d.C.

Otras versiones que deben considerarse son los Targum arameos. En el judaísmo, cuando el arameo sustituyó al hebreo como idioma cotidiano, se hicieron necesarias traducciones, primero para acompañar la lectura oral de las Escrituras en la sinagoga, y más tarde transcritas al papel. Los Targum no eran traducciones literales, sino más bien paráfrasis o interpretaciones del original. Los dos Targum más importantes son el que tuvo su origen en Palestina y los revisados en Babilonia. En el último decenio se descubrió un manuscrito íntegro del Targum palestino, el Neofiti I, guardado en la Biblioteca del Vaticano. De los Targum babilónicos, los más conocidos son el de Onquelos (Pentateuco) y el de Jonatán (Profetas).

Las versiones suelen ser testimonios cualificados, en ocasiones los mejores, del texto original. Además, incluyen importantes pruebas de la historia del pensamiento entre las comunidades para las que la Biblia constituía un texto fundamental.

6.5 El Antiguo Testamento y la historia

En casi todas sus páginas el Antiguo Testamento reclama atención hacia la realidad y respeto hacia la importancia de la historia. El Pentateuco y los libros históricos contienen historias de salvación; los profetas hacen constantes referencias a hechos del pasado, del presente y del futuro. Como la historia de Israel se recoge en el Antiguo Testamento, llegó a organizarse en una serie de acontecimientos o periodos fundamentales: el éxodo (incluyendo los relatos desde los patriarcas hasta la conquista de Canaán), la monarquía, el exilio de Babilonia y el retorno a Palestina con la restauración de las instituciones religiosas.

6.5.1 Separación entre la interpretación y la historia

Es importante diferenciar entre la interpretación que hace el Antiguo Testamento sobre lo ocurrido, y la historia crítica. Para escribir una reseña creíble, el historiador necesita fuentes más o menos fiables, contemporáneas de los propios acontecimientos. La principal fuente de información acerca de la historia de Israel es el Antiguo Testamento y, por lo general, a sus autores les preocupaba en esencia el significado teológico del pasado. Es más: la mayoría de los documentos son posteriores (en algunos casos datan de varios siglos después) a los sucesos que describen. No existe un cuerpo significativo de pruebas escritas que se remonte al periodo anterior a los tiempos de la monarquía, instaurada con la unción de Saúl como primer rey de Israel en el siglo XI a.C. Otras pruebas, obtenidas a partir de escritos u objetos, se han recuperado gracias a la arqueología, aunque todas las evidencias, tanto bíblicas como arqueológicas, deben evaluarse de manera crítica (véase Arqueología bíblica; Ciencia bíblica). Sin duda, todos los textos bíblicos que ha sido posible fechar contienen importante información histórica. Revelan hechos relativos al periodo en que fueron escritos, aunque ello no significa que hayan de incluir reseñas exactas y literales sobre los acontecimientos que relatan.

6.5.2 El núcleo histórico

La existencia de Israel fue parte de la historia del antiguo Oriente Próximo. Al igual que otros pequeños pueblos del Mediterráneo Oriental, Israel estuvo a merced de las grandes potencias de entonces —Egipto, Asiria y Babilonia— y pudo prosperar de forma independiente sólo cuando éstas decaían o se enfrentaban entre sí.

6.5.2.1 La historia antigua y el desarrollo de Israel

Existe un considerable cuerpo de información relativo a la historia del antiguo Oriente Próximo a partir del III milenio a.C., aunque una historia detallada de Israel sólo puede comenzar en torno a los tiempos de David (1000-961 a.C.). Ello no significa que no haya nada que decir acerca de las épocas precedentes o que toda la información de los sucesos anteriores a David sea inexacta. Implica que es muy difícil separar las pruebas históricas de las interpretaciones posteriores y que se conocen con certeza pocos detalles. Los relatos de Génesis sobre los patriarcas, por ejemplo, no fueron concebidos como historia. La historia se refiere a acontecimientos públicos; las narraciones de los patriarcas son episodios familiares, en su mayor parte centrados en asuntos privados. Sin embargo, las pruebas arqueológicas han demostrado que el entorno o escenario de estos relatos puede proporcionar un cuadro bastante fidedigno de cómo era la vida durante la edad del bronce tardío. Los relatos sugieren que los antepasados de Israel eran seminómadas y aportan indicios acerca de sus creencias y prácticas religiosas.

Un cuidadoso análisis de los registros bíblicos y un uso prudente de las pruebas arqueológicas permiten situar el éxodo desde Egipto en la segunda mitad del siglo XIII a.C. No obstante, se desconoce incluso la ruta del éxodo. Sobre este particular el Antiguo Testamento conserva al menos dos tradiciones relevantes. Es posible que no participaran todas las tribus de Israel, y lo más probable es que lo hicieran sólo las tribus de José.

En Josué 1-12 y Jueces 1-2 se encuentran dos versiones diferentes de la entrada de Israel a la tierra de Canaán. Las sucintas manifestaciones que aparecen en Josué dan cuenta de que los israelitas, bajo el mando de Josué, conquistaron el territorio de manera repentina, mientras que Jueces 1-2 y otras tradiciones apoyan la conclusión de que cada tribu fue ocupando su territorio de manera gradual, y transcurrieron varias décadas, si no siglos, antes de que Israel adquiriese su territorio. Así, el periodo de las conquista y el de Jueces se superponen. Por lo general, durante los dos siglos posteriores al 1200 a.C., las tribus llevaron a veces existencias separadas y otras veces conjuntas, para convertirse en una nación (Israel); sólo tras un proceso gradual.

6.5.2.2 La monarquía

La monarquía surgió en torno al siglo XI a.C., en un clima de enfrentamientos internos y amenazas externas. Las luchas intestinas giraron en torno a la forma de gobierno adecuada para la nación. Mientras que algunos favorecían el estilo más tradicional de liderazgo carismático en épocas de crisis, otros deseaban una monarquía estable. Triunfó la monarquía debido a la amenaza exterior de los filisteos, superiores en el orden militar, que ocuparon cinco ciudades de la llanura costera. Saúl unió a las tribus e instauró la monarquía, pero murió junto a su hijo Jonatán en una batalla contra los filisteos. David se convirtió en rey, primero del sur y más tarde de toda la nación. Tras encargarse de eliminar de una vez por todas la amenaza filistea, instauró un imperio que abarcó desde Siria hasta la frontera con Egipto. Su reinado fue largo y próspero, aunque no carente de luchas intestinas por la posesión de su trono. Le sucedió su hijo Salomón, quien estableció una corte siguiendo el modelo de otros monarcas orientales. Salomón construyó un palacio y el gran Templo de Jerusalén, exprimiendo al máximo los recursos del país para realizar sus grandiosos proyectos.

6.5.2.3 Los reinos de Israel y Judá

Tras la muerte de Salomón, las tribus del norte se rebelaron bajo el mando de su hijo Roboam. Las dos naciones, Israel en el norte y Judá en el sur, nunca volvieron a reunirse, y con frecuencia lucharon entre sí. En Judá la dinastía de David continuó hasta la ocupación del país por los babilonios (597-586 a.C.), aunque en Israel abundaron los reyes y las dinastías. El periodo de la monarquía dividida estuvo señalado por amenazas de parte de los asirios, los arameos y los babilonios. Israel, con capital en Samaria, cayó en manos del ejército asirio en el 722-721 a.C., siendo sus gentes deportadas e instalándose extranjeros en su lugar. Judá sufrió dos humillaciones a manos de los babilonios: la rendición de Jerusalén en el 597, y su destrucción en el 586 a.C. En ambas ocasiones se deportaron cautivos a Babilonia, pero como no se asentaron extranjeros en Judá y los cautivos gozaron de cierta libertad, al menos la de asociarse entre sí, la vida del pueblo continuó tanto en Babilonia como en su país natal. El exilio fue un desastre que desde hace mucho tiempo los profetas habían anunciado como castigo divino, aunque la experiencia llevó a los israelitas a reconsiderar su propio significado como pueblo y a transcribir e interpretar sus antiguas tradiciones. Véase Cautividad de Babilonia.

6.5.2.4 El periodo posterior al exilio

En el año 538 a.C. el pueblo fue liberado de Babilonia tras haber sido instaurado el Imperio persa por Ciro II el Grande. Los profetas Esdras y Nehemías fueron los líderes de la época posterior al exilio, cuando se restablecieron las instituciones y se reconstruyó el Templo. Judá pasó a ser una provincia persa y sus habitantes gozaron de una relativa autonomía, en especial en el orden religioso.

En algún momento durante este periodo la historia de Israel devino en la historia del judaísmo, aunque su fecha exacta es objeto de polémica. Para más información, véase Judíos; Judaísmo. A principios de la era cristiana, el pueblo había sobrevivido al surgimiento del imperio de Alejandro Magno (333 a.C.), a la revolución y al régimen de los Macabeos (168-165 a.C.) y al establecimiento del control romano sobre Palestina (63 a.C.). Tras ser sofocada una rebelión en el año 70 d.C., que provocó la destrucción de Jerusalén, su vida cambió por completo.

6.6 Temas doctrinales del Antiguo Testamento

Los temas doctrinales del Antiguo Testamento son ricos, profundos y diversos. En estos escritos no puede hallarse una teología única, ya que surgieron de numerosos individuos y comunidades durante varios siglos. Reflejan no sólo una evolución del pensamiento, sino también diferencias e incluso conflictos de opinión. Por ejemplo, coexisten diferentes interpretaciones de la creación y en más de una ocasión los profetas desafiaron los juicios de los sacerdotes. Los temas del Antiguo Testamento son coherentes por sí y entre sí, aunque no se trata de una teología sistematizada. La canonización de la Biblia, aunque determinó una lista oficial, también reconoció una diversidad sustancial.

6.6.1 El Dios de Israel

El tema teológico más obvio del Antiguo Testamento es a la vez el más recurrente e importante: Yahvé (el nombre de Dios en el Antiguo Testamento; véase Dios; Yahvé) es el Dios de Israel, del mundo entero y de la historia. Esta temática se reitera a partir de Éx. 20,3 (“No habrá para ti otros dioses delante de mí”) hasta las demás Escrituras hebreas, y constituye el pilar del resto de las reflexiones teológicas. Sin embargo, sería engañoso identificar este tema con el monoteísmo. Se trata de un término demasiado abstracto para los textos en cuestión y en todos, si se exceptúan algunos de los materiales menos antiguos, se da por supuesta la existencia de otros dioses. Por lo general, los otros dioses se consideran subordinados a Yahvé y en cualquier caso Israel debe mantenerse fiel al único Dios. Se afirma que ese Dios es el creador del mundo, el rey activo de la historia que salva y juzga, todopoderoso pero preocupado por su pueblo. Se revela a sí mismo de varias formas: a través de la ley, de los acontecimientos y de los profetas y sacerdotes.

El lenguaje característico del Antiguo Testamento acerca de Dios vincula el nombre de Yahvé con los acontecimientos: “Yo, Yahvé, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre” (Éx. 20,2). Israel reconoce quién es Dios más en términos de lo que ha hecho o hará que en términos de su naturaleza intrínseca. Así, la historia adquiere una especial importancia como esfera de la acción divina y de la interacción con su grey. La única salvedad significativa a esta acepción del lenguaje histórico se encuentra en la literatura sapiencial.

6.6.2 La alianza y la ley

Otros dos temas fundamentales del Antiguo Testamento, la alianza y la ley, están relacionados de forma estrecha. Alianza posee numerosos significados, incluyendo un acuerdo entre naciones o individuos, pero sobre todo se refiere al pacto entre Yahvé e Israel sellado en el monte Sinaí. El lenguaje relativo a la alianza tiene mucho en común con el de los tratados del antiguo Oriente Próximo, ya que tanto aquélla como éstos se confirman mediante juramentos. Yahvé aparece tomando la iniciativa en el establecimiento de la alianza al elegir a un pueblo. Quizá la formulación más sencilla de la alianza es la frase: “Yo os haré mi pueblo y seré vuestro Dios” (Éx. 6,7). Se concebía que la ley se había otorgado como parte de la alianza, compromiso por el cual Israel se convirtió en el pueblo de Dios. La ley contiene normativas de conducta en relación con los demás seres humanos y reglas sobre las prácticas religiosas, aunque no transmite un código de instrucciones para afrontar todos los aspectos de la vida. Más bien parece señalar los límites que el pueblo no podrá transgredir sin romper la alianza.

6.6.3 El ser humano

El Antiguo Testamento hace hincapié en el concepto de los seres humanos en comunidad, algo importante para un pueblo que ha establecido este tipo de alianza. El ser humano individual era concebido como un cuerpo animado, como sugiere Gén. 2,7: “Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente”. Ese ‘aliento’ no debe considerarse como un ‘alma’, sino como ‘vida’. En el Antiguo Testamento, el ser humano era concebido como una unidad de materia física y vida, una integridad que era un regalo de Dios. En consecuencia, la muerte era una realidad vívida. Las visiones de una vida después de la muerte o de la resurrección aparecen como raras excepciones, y con mucha posterioridad, en el pensamiento israelita.

Otro tema que aparece en los profetas y que resulta básico en otras partes es que Yahvé es un Dios justo que espera de su pueblo justicia y rectitud. Ello incluye la equidad en todos los asuntos humanos, la protección del débil y el establecimiento de instituciones justas.

Al tratar éstas y otras materias, no es de sorprender que las Escrituras judías proporcionasen los cimientos de dos religiones universales, el judaísmo y el cristianismo.

7 EL NUEVO TESTAMENTO

El Nuevo Testamento consta de 27 documentos escritos entre el 50 y el 150 d.C., dedicados a cuestiones de creencias y prácticas religiosas en las comunidades cristianas del mundo mediterráneo. Aunque hay quienes han señalado que en estos documentos subyacen originales en arameo (en especial el Evangelio de Mateo y la Epístola a los Hebreos), todos ellos llegaron hasta nosotros en griego, quizá el idioma original en que fueron redactados.

7.1 Texto, canon y primeras versiones

Durante un tiempo algunos eruditos cristianos consideraron al griego del Nuevo Testamento como un género especial de idioma religioso, concebido por la providencia como el vehículo óptimo para la fe cristiana. Hoy ha quedado en evidencia, a partir de escritos extrabíblicos del periodo, que la lengua del Nuevo Testamento es la koiné o griego común, que se utilizaba en los hogares y mercados.

7.1.1 Manuscritos y crítica textual

Los manuscritos griegos del Nuevo Testamento que han llegado hasta nuestros días, completos, parciales o en fragmentos, suman unos 5.000. Sin embargo, ninguno es autógrafo, original de su autor. Es probable que el más antiguo sea un fragmento del Evangelio de Juan, datado en torno al 120-140 d.C. Las similitudes entre estos manuscritos son más notables si se consideran las diferencias cronológicas y los referidos a su lugar de origen, así como los métodos y materiales de escritura. Sin embargo, entre las divergencias se incluyen omisiones, adiciones, terminología y orden de las palabras.

Comparar, evaluar y fechar los manuscritos; organizarlos en grupos afines y desarrollar criterios para evaluar cuál es el texto que tiene más probabilidades de corresponderse con el que en verdad escribieron sus autores, son tareas propias de los críticos. Para sus evaluaciones se sirven de miles de citas de las escrituras que aparecen en las obras de los primeros padres de la Iglesia y en una serie de antiguas traducciones de la Biblia a otros idiomas. El fruto del trabajo de los críticos textuales es una edición del Nuevo Testamento en griego que ofrece no sólo el que se considera el mejor, sino que también incluye notas que indican versiones divergentes en los principales manuscritos. Estas variantes suelen aparecer en las traducciones como notas al pie en las que se indica qué opinaban sobre el particular otras autoridades antiguas (véanse, por ejemplo, Mc. 16,9-20; Jn. 7,53-8,11; He. 8,37). Las ediciones críticas del Nuevo Testamento griego han venido apareciendo con cierta regularidad periódica a partir de la obra del erudito holandés Erasmo de Rotterdam.

7.1.2 Escritos precanónicos

Los 27 libros del Nuevo Testamento no son más que una fracción de la producción literaria de las comunidades cristianas en sus primeros tres siglos. Los principales tipos de documentos del Nuevo Testamento (evangelios, epístolas y apocalipsis) fueron muy imitados, atribuyéndose los nombres de los apóstoles u otras figuras señeras a escritos concebidos para llenar el vacío del Nuevo Testamento (por ejemplo, sobre la infancia y juventud de Jesús) y satisfacer el apetito de más milagros, así como para alegar revelaciones más novedosas y completas. Durante esta época circularon hasta 50 evangelios. Muchos de estos escritos cristianos no canónicos han sido recopilados y publicados como Apócrifos del Nuevo Testamento.

El conocimiento de la literatura de este periodo se amplió en gran medida gracias al descubrimiento en 1945, de la biblioteca de un grupo cristiano herético, los gnósticos (véase Gnosticismo), en Nag-Hammadi (Egipto). Esta colección, escrita en copto, ha sido traducida y publicada. Los especialistas han prestado especial atención al Evangelio de Tomás; uno de los 12 apóstoles que pretende recoger los proverbios, 114 en total, que Jesús le transmitió en persona.

7.1.3 El canon

No existen registros claros para documentar cuáles fueron los elementos determinantes para que la Iglesia adoptase un canon oficial de los textos cristianos, ni tampoco de su proceso de formación. Para Jesús y sus seguidores, la Torá, Profetas y los Hagiográficos del judaísmo eran las ‘Santas Escrituras’. Sin embargo, la interpretación de estos escritos estaba regida por las obras, las palabras y la persona de Jesús tal y como las comprendieron sus fieles. A los apóstoles que conservaron las palabras y hechos de Jesús y que continuaron su misión se les atribuyó una autoridad especial. Que Pablo, por ejemplo, pretendiera que sus epístolas fuesen leídas en voz alta en las iglesias e incluso intercambiadas entre éstas (Col. 4,16; 1 Tes. 5,26 y ss.) indica que en las comunidades cristianas se estaban desarrollando nuevas normas sobre las creencias y la práctica religiosa. Esta norma constaba de dos partes: el Señor (conservado en los “Evangelios”) y los Apóstoles (sobre todo en las “Epístolas”).

Seguir el rastro de la historia de la evolución del canon del Nuevo Testamento tomando como guía los libros mencionados o citados por los primeros padres de la Iglesia constituye un proceso incierto, ya que es más lo que silencia que lo que declara. Al parecer, el primer intento de establecer un canon tuvo lugar en torno al 150 d.C., por obra de un cristiano herético de nombre Marción, cuya aceptable relación incluía el Evangelio de Lucas y 10 epístolas paulinas, editados con una fuerte orientación antijudía. Quizá la oposición a Marción fue la que dio impulso a los esfuerzos tendentes a elaborar un canon aceptado de forma general.

Tal vez hacia el 200 d.C., 20 de los 27 libros del Nuevo Testamento se consideraban autorizados. Aquí y allá prevalecían preferencias locales, existiendo algunas diferencias entre las Iglesias occidental y oriental. En general, los libros que durante un tiempo fueron objeto de polémica, aunque más tarde se incluyeron en el canon, eran Santiago, Hebreos, 2 Juan, 3 Juan, 2 Pedro y Apocalipsis. Otros libros que gozaron de amplia aceptación popular aunque al final resultaran rechazados, fueron Bernabé, 1 Clemente, Hermas y el Didaké; los autores de estos libros suelen ser denominados padres Apostólicos.

La carta pastoral 39 que san Atanasio, obispo de Alejandría, envió a las iglesias que se hallaban bajo su jurisdicción en el año 367, acabó con toda duda acerca de los límites del canon del Nuevo Testamento. En dicha pastoral, que se conserva en una colección de los mensajes anuales de la Cuaresma dictados por Atanasio, relaciona como canónicos los 27 libros que siguen siendo los constitutivos del Nuevo Testamento, aunque los organizó de forma diferente. Estos libros del Nuevo Testamento, en su orden actual, son los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), Hechos de los Apóstoles, Romanos, 1 Corintios, 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2 Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1 Pedro, 2 Pedro, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan, Judas y Apocalipsis.

7.1.4 Primeras versiones

Por cuanto el Nuevo Testamento se escribió en griego, la historia de la transmisión del texto y de la determinación del canon suele pasar por alto las primeras versiones, muchas de las cuales son anteriores al texto griego más antiguo que ha llegado a nuestros días. La rápida expansión del cristianismo más allá de las regiones en las que prevalecía el griego requirió traducciones al siríaco, al latín antiguo, al copto, al gótico, al armenio, al georgiano, al etíope y al árabe. Las versiones en siríaco y latín aparecieron ya en el siglo II y las traducciones al copto comenzaron a aparecer en el siglo III. Estas primeras versiones no eran, en modo alguno, traducciones oficiales, aunque se hicieron para suplir las necesidades regionales de culto, predicación y enseñanza. En consecuencia las traducciones quedaron ancladas en dialectos locales y a menudo incluían sólo partes seleccionadas del Nuevo Testamento. Durante los siglos IV y V se hicieron esfuerzos por reemplazar estas versiones regionales por traducciones más homogéneas que tuvieran una mayor aceptación. En el 382, el papa Dámaso I encargó a san Jerónimo la preparación de una Biblia en latín. Conocida con el nombre de Vulgata, reemplazó a varios textos en latín antiguo. En el siglo V la Pešitta siríaca sustituyó a las versiones existentes en este idioma, que a la sazón eran las más populares. Como suele ser el caso, con gran lentitud las antiguas versiones cedieron su lugar a las nuevas.

7.2 La literatura del Nuevo Testamento

Desde un punto de vista literario los documentos del Nuevo Testamento pueden clasificarse en cuatro tipos o géneros principales: evangelios, historia, epístolas y apocalipsis. De los cuatro, sólo los evangelios responden en apariencia a un estilo literario que tuvo su origen en la comunidad cristiana.

7.2.1 Evangelios

Un evangelio no es una biografía aunque guarde algunas semejanzas con las biografías de héroes, humanos o divinos, del mundo grecorromano. Un evangelio es una serie de reseñas individuales de hechos o dichos, cada una de las cuales mantiene una cierta unidad, aunque estén organizados con el objeto de crear un efecto acumulativo. Al parecer, los autores de los Evangelios tuvieron cierto interés en resaltar el orden cronológico, aunque no fue una de sus prioridades. Lo que influyó en mayor medida sobre la organización del material fueron los temas teológicos y las necesidades de los lectores. Por ello podría esperarse que, aunque los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento se centran en la vida de Jesús de Nazaret y los cuatro son evangelios desde el punto de vista literario, existiesen diferencias entre ellos. Y así es. A excepción de los relatos del arresto, juicio, muerte y resurrección de Jesús (episodios similares en los cuatro libros), los Evangelios difieren en importantes detalles, perspectivas y énfasis de interpretación.

Sobre estos particulares es el Evangelio según san Juan el que más se distingue de los demás. En este Evangelio, Jesús aparece descrito de forma más obvia como divinidad omnisapiente, omnipotente y superior. Los otros tres se denominan Evangelios Sinópticos (vistos juntos) porque a pesar de sus diferencias, si se organiza en columnas paralelas el texto de Mateo, Marcos y Lucas, sus coincidencias son tales que pueden apreciarse de un modo visual, hasta tal punto que han generado numerosas hipótesis acerca de sus relaciones. La opinión especializada más difundida sostiene que Marcos fue el primer Evangelio que se escribió y sirvió como fuente inspiradora para Mateo y Lucas. Lo más probable es que estos dos últimos recurrieran a otros textos además de a esta fuente común, una hipótesis basada en la gran cantidad de material común que no se encuentra en Marcos. Esta fuente, que existe sólo en la teoría ya que no ha podido ser identificada, ha sido denominada Q, o Quelle (en alemán, ‘fuente’). En su prólogo el autor del Evangelio de Lucas dice haber investigado numerosas narraciones sobre Jesús (Lc. 1,1-4).

7.2.2 Historia

La mejor representación de la narración histórica en el Nuevo Testamento se halla en Hechos de los Apóstoles, el segundo de dos volúmenes (en ocasiones denominados Lucas-Hechos) atribuidos a san Lucas. Estos dos libros relatan la historia de Jesús y de la Iglesia que surgió en su nombre como una narración continua, centrada en la historia de Israel y del Imperio romano. La historia se presenta desde el punto de vista teológico, es decir, que interpreta el proceder de Dios en un acontecimiento concreto o con una determinada persona. Hechos se destaca en el Nuevo Testamento por recurrir a la narración histórica como vehículo para la proclamación de la fe cristiana.

7.2.3 Epístolas

En el mundo grecorromano la epístola o carta constituía un estilo literario bastante generalizado y constaba de la firma, dirección, saludo, alabanza o acción de gracias, el mensaje y la despedida. San Pablo encontró que este estilo congeniaba con respecto al que mantenía para dirigirse a las iglesias que había fundado, y resultaba cómodo y didáctico para un apóstol itinerante. Este estilo adquirió gran popularidad en la comunidad cristiana y fue empleado por numerosos jerarcas y escritores de la Iglesia. Las epístolas que escribieron, algunas de las cuales aparecen en el Nuevo Testamento, son en realidad sermones, exhortaciones o tratados, apenas encubiertos por los rasgos del género epistolar.

7.2.4 Escritos apocalípticos

Los escritos apocalípticos aparecen en todo el Nuevo Testamento, pero su uso es predominante en el libro llamado Apocalipsis (o Revelación). Por lo general, los apocalipsis se escribieron en épocas de graves crisis de una comunidad, tiempos en los que la gente mira más allá del presente y de lo humano en busca de ayuda y esperanza. Esta literatura es muy visionaria, simbólica y pesimista en cuanto a la situación global del mundo y esperanzadora sólo en términos de lo invisible que está más allá de lo material y de la victoria que está más allá de la historia. Las visiones del fin del mundo se caracterizan por la retribución y la recompensa a los justos. Al parecer, Apocalipsis fue escrito durante la persecución desencadenada contra los cristianos bajo el emperador romano Domiciano (81-96 d.C.). Véase Escritos apocalípticos.

7.2.5 Formas literarias

Dentro de estos cuatro estilos literarios principales, aparecen diversas formas: poemas, himnos, fórmulas confesionales, proverbios, historias milagrosas, bienaventuranzas, diatribas, listas de obligaciones y parábolas, entre otros. Los estudios recientes han prestado gran atención a la forma literaria no sólo como elemento imprescindible para la comprensión del contenido, sino también como vehículo mediante el cual el lector puede compartir la experiencia creada en determinado pasaje. Las formas tienen el poder de crear mundos y definir relaciones, y no son meros accesorios del contenido.

En las obras de los especialistas bíblicos de antaño se prestaba gran atención a la parábola, que durante siglos fue considerada como una alegoría. A finales del siglo XIX el científico bíblico alemán Adolf Jülicher adoptó una nueva orientación para realizar la interpretación de las parábolas. Insistió en que las parábolas del Nuevo Testamento deben ser entendidas como símiles reales más que como alegorías. Así, sostuvo que los relatos de Jesús deben entenderse como ejemplos cuyo significado podía volverse a enunciar formulando temas o propuestas sencillas.

Las parábolas han llegado a ser aceptadas como obras del arte literario con una fuerza y función similar a la de la poesía, por lo cual no deben destruirse parafraseándolas, resumiéndolas ni compendiándolas. Como arte literario, una parábola no se limita a presentar su argumento, sino que además actúa sobre el lector, creando, modificando o incluso rechazando una determinada concepción de la vida y de la realidad. También se están efectuando estudios académicos de otras formas literarias del Nuevo Testamento.

7.3 La historia en el Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento no es una colección de máximas, reflexiones y meditaciones desvinculadas de la realidad histórica. Por el contrario, sus documentos se centran en una figura histórica, Jesús de Nazaret, y aluden a los problemas que debieron enfrentar sus seguidores en una gran diversidad de contextos específicos dentro del Imperio romano. No obstante, esta preocupación por los acontecimientos, los personajes y las situaciones históricas no significa que el Nuevo Testamento se someta a intereses históricos o cronológicos en exclusiva.

7.3.1 Determinación del contexto cronológico amplio

La reconstrucción histórica del periodo basada en las fuentes del Nuevo Testamento presenta una serie de dificultades. En primer lugar, los documentos están organizados según un criterio teológico, y no desde una perspectiva cronológica. Los Evangelios están situados en primer lugar porque relatan la historia de Jesús, aunque fueron escritos entre el 70 y el 90 d.C., hasta unos 60 años después de su muerte. Hechos de los Apóstoles data también de esta época. Sin embargo, las epístolas de Pablo son anteriores y han sido situadas en la década entre el 50 y el 60 d.C., ya que fueron compuestas en el transcurso de la obra misionera de Pablo. Los demás libros, que pueden datarse entre el 90 y el 150 d.C., reflejan la situación de la Iglesia en el periodo postapostólico. En segundo lugar, los documentos no demuestran demasiado interés en la historia como proceso cronológico, en parte porque sus autores creían en la inminencia del final de los tiempos. En tercer lugar, el Nuevo Testamento no es un solo libro, sino un compendio eclesiástico, conservado con el propósito específico de emplearse para el culto, la predicación, la enseñanza y la polémica. Cuarto, todos los documentos fueron escritos por defensores de la fe cristiana con el objeto de proclamar e instruir en la fe; en consecuencia, aunque contienen referencias históricas, no constituyen informes históricos. Añádanse a estas dificultades la falta de muchas referencias acerca de Jesús y de sus seguidores en otras fuentes contemporáneas y se comprenderá por qué son escasas las posibilidades de completar una historia detallada.

No obstante, los especialistas coinciden en cuanto al contexto cronológico general. Los principales puntos de apoyo se encuentran en Lucas y Hechos, que sitúan la narración de la vida de Jesús y los comienzos de la Iglesia dentro del contexto de la historia judía y romana. El Evangelio de Lucas afirma que Jesús comenzó su ministerio en el decimoquinto año de reinado de Tiberio (Lc. 3,1), que sería el 28-29 d.C. Los cuatro Evangelios coinciden en que Jesús fue crucificado cuando Poncio Pilatos era gobernador de Judea (26-36 d.C.). El ministerio de Jesús tuvo lugar entre el 29 y el 30 d.C. si se acepta la versión de que duró un año, o entre el 29 y el 33 d.C. según la teoría de que se prolongó entre tres y cuatro años.

7.3.2 Las narraciones de la infancia

Antes de su vida pública, poco se sabe de Jesús. Era originario de Nazaret de Galilea, aunque tanto Lucas como Mateo sitúan su lugar de nacimiento en Belén de Judea, cuna ancestral del rey David. Sólo los libros de Lucas y Mateo contienen relatos de su nacimiento e infancia, que divergen en numerosos detalles. Lucas (1,5-2,52) narra estos relatos entretejiendo en ellos poemas y canciones prestados del Antiguo Testamento que expresan la preocupación de Dios por los pobres y desheredados. Mateo (1,18-2,23) moldea su relato sobre el modelo de la narración que sobre Moisés recoge el Antiguo Testamento. Así como Moisés pasó su infancia entre los ricos y sabios de Egipto, también Jesús fue visitado y reverenciado por magos ricos y sabios. Así como Moisés huyó y vivió oculto de un malvado rey que pretendía exterminar a los varones hebreos recién nacidos, también Jesús fue salvado de la masacre de Herodes el Grande (rey de Judea que murió en el 4 a.C., por lo que es probable que Jesús naciera entre el 6 y el 4 a.C.).

El resto del Nuevo Testamento guarda silencio acerca del nacimiento de Jesús. En el transcurso de la historia de la Iglesia, algunos cristianos han insistido en que las narraciones de la infancia deben tomarse de forma literal, mientras que otros las han considerado como uno de los muchos modos de expresar la creencia en la relación de Jesús hacia Dios como su Hijo. La tendencia del Nuevo Testamento a proclamar el significado de los acontecimientos sin presentar la versión del narrador sobre los propios hechos siempre ha dado lugar a la disensión entre quienes se dedican a la investigación histórica.

7.3.3 Los apóstoles y la iglesia primitiva

Tras el ministerio de Jesús, descrito en los cuatro Evangelios, el movimiento religioso que había alentado quedó bajo la dirección de los 12 hombres que había elegido para ser sus apóstoles. La mayoría desapareció en la oscuridad y la leyenda de los tiempos, aunque tres de ellos se mencionan como líderes continuadores: Santiago el Mayor, asesinado por Herodes Agripa I en el año 44 d.C. (fecha de la muerte del propio rey); Juan, su hermano, que al parecer vivió hasta una edad provecta (Jn. 21,20-24); y Pedro, uno de los primeros dirigentes de la Iglesia de Jerusalén, que también realizó varios viajes misioneros y, según la tradición, sufrió martirio en Roma a mediados de la década del 60. Además de los tres, Santiago, llamado hermano de Jesús, se destacó en la Iglesia de Jerusalén hasta que fue asesinado durante un motín popular en el 61. Antes del estallido en Jerusalén de la rebelión judía contra Roma en el 66, los cristianos abandonaron la ciudad y no estuvieron implicados en la violencia que destruyó Jerusalén en el 70.

La mayor parte de la atención del registro que aparece en Hechos de los Apóstoles se centra en la figura de Pablo, un judío de Tarso que se convirtió al cristianismo en las cercanías de Damasco entre el 33 y el 35 d.C. Tras 14 años de silencio Pablo comenzó a escribir sus epístolas, realizando una obra misionera que le llevó por Siria, Galacia, Asia Menor, Macedonia, Grecia y Roma. Al parecer, sus días acabaron en Roma en los primeros años de la década del 60. Las epístolas de Pablo y Hechos ofrecen al lector algunos datos acerca de la vida de estas primitivas comunidades cristianas y sobre su relación con las culturas hegemónicas.

Los demás libros del Nuevo Testamento aportan escasa información histórica y casi ninguna base para permitir una datación exacta. En general, parecen haber sido escritos por una comunidad de segunda o de tercera generación. En estos documentos, los seguidores inmediatos de Jesús ya han muerto, se han disipado el entusiasmo inicial y las expectativas del regreso definitivo de Jesús para terminar la historia y es evidente la necesidad de preservación, consolidación e institucionalización (véase Escatología; Segunda venida). Se identifica a los herejes y apóstatas, se los ataca y se insta a los miembros a adoptar una tenacidad que les permita enfrentar a las persecuciones por venir. La Segunda Epístola de Pedro, acaso el último de los libros del Nuevo Testamento que se escribió, muestra un vigoroso esfuerzo por restablecer las antiguas expectativas sobre el inminente final de la historia. Este intento de recuperar el celo y la convicción de tiempos pasados es, en sí mismo, el indicio del final de una época.

7.4 Principales temas del Nuevo Testamento

Al igual que los temas teológicos del Antiguo Testamento, los del Nuevo tienen un contenido rico y variado.

7.4.1 Dios

En ningún otro tema se refleja de manera más clara o coherente la continuidad entre el Nuevo Testamento y el Antiguo que en las enseñanzas acerca de Dios. Toda opinión sobre que el Dios de Jesús o de la primitiva Iglesia era diferente del Dios del judaísmo fue rechazada como herejía. El Dios del Nuevo Testamento es el creador de toda la vida y sustentador del Universo. Este único Dios, origen y final de todas las cosas, toma la iniciativa de atraer con amor a toda la humanidad, celebrando alianzas con quienes respondan a su mensaje y comportándose con ellos de manera justa y misericordiosa, con tino e indulgencia. Dios nunca ha abandonado el mundo vacío de sus testigos, habiéndose revelado en muchas ocasiones, formas y lugares. Pero el Nuevo Testamento sostiene que Jesús de Nazaret es una revelación singular de Dios. La persona, palabras y actividad de Jesús fueron comprendidos como la comparecencia de sus seguidores ante la presencia de Dios. En los días de sus inicios dentro del judaísmo, la Iglesia pudo asumir la fe y centrarse en el mensaje de Jesús como revelador de Dios. Sin embargo, más allá de los límites del judaísmo, la fe en el único Dios verdadero se convirtió en el elemento básico para la proclamación del cristianismo.

7.4.2 Jesús

El Nuevo Testamento presenta su concepción de Jesús en los títulos, retratos y descripciones de su persona y reseñas de su obra y su palabra. En el contexto del judaísmo, el Antiguo Testamento proporcionó títulos y parábolas que los escritores del Nuevo Testamento utilizaron para transmitir el significado de Jesús a sus discípulos. Fue descrito, por ejemplo, como un profeta igual que Moisés, como rey davídico, como el Mesías prometido, como segundo Adán, como sacerdote igual que Melquisedec, como figura apocalíptica igual que el Hijo del Hombre, como el Siervo Sufriente de Isaías y como Hijo de Dios. (Para una reseña íntegra de la vida de Jesús, véase Jesucristo; para un análisis teológico de su persona, véase Cristología.) La cultura helenista aportó otras imágenes: una divinidad preexistente que bajó a la Tierra, realizó su obra y retornó a la gloria; el Señor por encima de todos los emperadores; el mediador eterno de la creación y la redención; la figura cósmica que reúne en sí misma la suma de la creación en un todo armonioso.

Los Evangelios presentan el ministerio de Jesús como la presencia de Dios sobre la Tierra. Sus palabras revelaron a Dios y al modo de obrar de Dios con su pueblo; sus acciones demostraron el poder curativo de Dios al integrar el cuerpo, la mente y el espíritu; su martirio y muerte son testimonio del inquebrantable amor de Dios; y su resurrección fue la señal de que Dios aprobaba la vida, la muerte y el mensaje de Jesús. San Pablo y otros discípulos desarrollaron conceptos acerca de la muerte de Jesús como el sacrificio y la expiación por los pecados y presentaron la resurrección de Jesús como garantía de la resurrección de sus discípulos. Los documentos escritos durante la persecución (1 Pe., Ap.) interpretaron el sufrimiento de Jesús como modelo para los cristianos en la hora del martirio.

7.4.3 Espíritu Santo

Algunos de los profetas de Israel habían caracterizado como ‘últimos días’ aquellos en los que Dios derramaría su Espíritu sobre la humanidad entera. El Nuevo Testamento sostiene que esta promesa se cumplió en tiempos de Jesús. Por ello, en todo el Nuevo Testamento se menciona el Espíritu de Dios, una expresión que representa la presencia activa de la divinidad. Esta entidad es denominada de diversos modos, como Espíritu, Espíritu Santo, Espíritu Vivificante, Espíritu de Cristo o Espíritu de la Verdad (véase Espíritu Santo; Trinidad). El Espíritu otorgó la fuerza a Jesús y permitió que la Iglesia continuase lo que Jesús había comenzado a hacer y a predicar. Dentro de cada uno de los discípulos, el Espíritu generó las cualidades adecuadas para esa vida y dispuso a la persona para trabajar en aras del bien de la comunidad. Es comprensible que la categoría ‘Espíritu’ estuviese sujeta a una amplia variedad de interpretaciones, creando problemas en numerosas confesiones. El Nuevo Testamento refleja la lucha en pos de la búsqueda de criterios claros para determinar si una congregación o persona estaba en realidad bajo la influencia del Espíritu Santo.

7.4.4 Reino de Dios

Según el Nuevo Testamento, el mensaje central de Jesús fue el Reino de Dios. Llama al arrepentimiento en preparación para el reino ‘inminente’. El Reino de Dios se refería al reino o dominio de Dios y, según las enseñanzas de Jesús, se anuncia que dicho reino está presente. Sin embargo, esta presencia no fue total ni completa, por lo cual en ocasiones se hace referencia a ella como acontecimiento futuro. Los estudiosos del Nuevo Testamento han discutido sobre si Jesús y sus seguidores esperaban o no que el Reino de Dios llegase a estar presente por completo en su generación. La irresolución de este debate queda reflejado en dos expresiones que suelen utilizarse para caracterizar a las enseñanzas del Nuevo Testamento con respecto al reino: ‘ya’ y ‘todavía no’.

7.4.5 Salvación

El Reino de Dios no parece haber sobrevivido como temática central del mensaje de la Iglesia. Según el Nuevo Testamento, la Iglesia no se identifica a sí misma como reino y en sus predicaciones comenzó a hablar cada vez más de la salvación. Este término solía aludir a la reconciliación de las relaciones de una persona como Dios y a la participación en una comunidad que fuera a la vez reconciliada y reconciliante. En este sentido, la salvación era una realidad actual, aunque no en su integridad. La salvación se consumaría en una vida plena, más allá de la lucha, futilidad y mortalidad que caracterizan este mundo.

Pablo creía que en el cumplimiento último del propósito de Dios, la salvación alcanzaría dimensiones cósmicas. El reino de la redención coexistiría con el reino de la creación. Ello implicaba que al final, incluso las fuerzas del mal que, según el Nuevo Testamento, habitan los cielos, la tierra y las regiones subterráneas, se armonizarían con el benevolente plan de Dios. Esta visión final es diferente a la de Apocalipsis, donde el final se caracteriza por la reivindicación y recompensa a los santos, y la condena eterna de los perversos.

7.4.6 Ética

Hasta que ese tiempo llegue los seguidores de Cristo deben manifestar, a través de su conducta y sus relaciones, que están reconciliados con Dios. Tal es el mandato del Nuevo Testamento íntegro, heredado del Antiguo: la vinculación inseparable entre la creencia religiosa y una conducta ética y moral. La Torá, Profetas y Hagiográficos habían insistido sobre esto, y el Nuevo Testamento mantiene su énfasis en ello. La vida terrenal es denominada de diversas formas como recta, santificada, bondadosa, fiel. Los libros del Nuevo Testamento están repletos de instrucciones acerca de esta vida, no sólo en un sentido íntimo, sino también en relación con los vecinos, los enemigos, los familiares, los amos y esclavos, los funcionarios del gobierno y con el propio Dios. Estas instrucciones se inspiran en el Antiguo Testamento, en las palabras y el ejemplo de Jesús, en los mandatos apostólicos, en las leyes de la naturaleza, en las listas de obligaciones familiares y en los ideales de los moralistas griegos. Se entendía que todos estos factores tenían su origen común en Dios, que espera que su propia lealtad sea correspondida con la lealtad de quienes se han reconciliado como familia de Dios.